lunes, 2 de septiembre de 2013

120

eran 120, calculè que con esa cantidad no habìa posibilidad de nada. 
en lo frìo de la decisiciòn tomada, entendì que iba a tardar mucho en tragarlas todas. 
agarrè la minipimmer y las triturè. 
las puse en un vaso con agua. 
y sentada a la mesa, sellè los sobres con las razones de mi desesperaciòn y mi cobardìa. 
sentìa frìo. y cansancio. 
las crìas dormìan arriba, lamentaba tener que hacer esto con ellas en la casa, pero no tenìa con quien dejarlas. 
calculè los tiempos, para que fuera èl quien me encontrara. 
en esa logìstica suicida, afinè cada detalle. 
lo habìa pensado mil veces, y la pelea del dìa anterior lo habìa decidido todo. 
miraba el display del celular. 
miraba los nùmeros agendados y a nadie podia llamar para decir nada. 
le dije a dios que esperaba que pudiera entender.
que estaba adolorida de una manera en que ya me era imposible soportar. 
ni mirar a mis hijas me esperanzaba, por el contrario, las habìa empezado a culpar de la miseria de vida que tenìa. 
inocentes mis àngeles, de las culpas de mis demonios interiores. 
pensè en ellos, pensè en el primer hombre que abusò de mì. 
recuerdo que yo lo querìa, recuerdo a esos otros que me habìan herido sin haberme podido defender. 
sin padre o madre que hicieran o al menos quisieran justicia. 
en ese momento hacia racconto de tantos rechazos. 
de los golpes recibidos en el cuerpo, en el alma, y en la mente. 
me desbordaba la furia. me desbordaba la impotencia. 
me asesinaba la injusticia. 
me habìa herido de muerte entender que no valìa lo suficiente para ser protegida. 
cuidada. 
estaba cansada. 
agobiada ante los rechazos continuados del hombre que hasta ese dìa habìa amado. 
tanto habìa luchado por tener una familia. 
tanto habìamos pasado. 
y sin alejarse me habìa dejado. 
y mis brazos ya no estaban en alto. 
y mis puños no estaban cerrados. 
el fracaso habìa erosionado el poco valor que me sostenìa. 
y ya no querìa seguir. 
no querìa esta vida.
 ni ninguna otra. 
no querìa tener màs fè de la que ya habìa tenido.
 no querìa seguir apostando màs de lo que ya lo habìa hecho. 
no querìa. 
sòlo eso, no querìa. 
siempre dando, y dando, y dando. 
cansada de no recibir. 
de ser la ùltima opciòn. 
sabiéndome no amada. 
sabiéndome sola por tanto tiempo, que ya no habìan recuerdos de cuando no habìa sido asì.
tenìa el vaso en la mano cuando ella bajò la escalera llorando. 
le preguntè que le pasaba y me dice que no me muera, porque si me morìa la dejaba sola, y que iba a hacer ella sola sin su mamà para cuidarla. 
me levantè de la silla, la tomè en mis brazos, y el calor de su cuerpo tibio combatiò el frìo que yo sentìa. 
y su llanto y sus palabras penetraron en lo desértico de mi corazòn....
y volvì a llorar, con ella, ya no  ella entre mis brazos, sino yo entre los suyos, y eran mis làgrimas empapando su pijama, y era mi cachorra la que consolaba a la leona. 
era ella la que me decìa que me querìa. 
era ella la que prometìa ayudarme a juntar las medias y los juguetes. 
ayudarme a cuidar a la otra cachorrita...
ella,  mi cachorra guacha, con su pequeña estatura y su gran corazòn, me cuido, y me salvò. 
me rescato de mis ganas de morirme, y me hizo olvidar las 120 pastillas de mi viaje a la cobardìa. 
las tirè a la pileta de la mesada. 
la cachorra me diò la mano, y nos fuimos a la cama. 
me dormì abrazada a ella, dejando que su calor, llegara a los rincones helados de mi alma. 
me aferrè a ella. 
la cadena con la que dios me atò a este mundo


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