lunes, 11 de noviembre de 2013

Receta: bailar




Con el dolor se aprende. 
Es así, no hay más vuelta que darle. 
Y de dolores, créeme que sé. 
Ahora te escribo para pedirte que no me retés. 
Ya lo sé. Me equivoqué no viéndolo como al hombre equivocado que era. 
Y es la desesperación Negra, es el cansancio. Es este remar este hogar, esta familia. 
Y está mal. 
Reverendamente mal. 

No pude salir invicta de su encanto. 
Príncipe sapo, buscaba una princesa y yo solo era una ordinaria plebeya. 

Me llené de porqués. 
Y esta noche, mientras la casa sucumbe a la noche y al silencio, los empiezo a responder. 
No voy a explicártelo a él. 
Hace dos noches, lo solté. 
De mi corazón, de mi alma, de mi vientre. 
Lo solté de mis ojos. 
Lo solté de mis ansiedades. 
Lo solté de mis sueños. 
Lo solté de mi esperanza.

Lo dejé irse a retar la altura de sus montañas. 

Y decidí seguir con esta vida.
Con mis pocos y mis muchos. 
Y aunque inevitablemente algo me recuerda a él, puse en movimiento la maquinaria del olvido. 
La receta del desamor. 
Y en lugar de matarme con todas esas canciones que lo dibujarían hiperrealistamente entre mis brazos, empecé a bailar. Pusé la música al taco, y bailé. Y cuando mis brazos se movían, y mis caderas iban de aquí para allá, lo empecé a exorcizar. 
Y levanté mis brazos al cielo, y cerré los ojos y canté. 
Y desafine el dolor rasposo de las lágrimas que estaban enquistadas en mi garganta. 
Y ella cantaba "Muero por tí" y yo pensé que no, no me morí. 

Y ya no voy a morir más. 
No por él. 
No por aquel. 
No por ninguno de ellos. 

Y bailé, y sudaba, y mis piernas se cansaban. Mis rodillas dolían. Y tenía razón mi hermana y su lección de las endorfinas. Porqué me sentí bien. Y comprendí que también lo dejé ir porque yo quiero querer  el cuerpo que tengo. Porque amarlo a él, era querer ser como él, y no quererme a mí. Tener que luchar contra mi misma para tener una chance en su scouting de barbies. 
Y no Negra. 
No. 
Por qué sabes qué? No quería cambiar por él. No quería tener que esforzarme. Por ser mejor para él. 
Y lo solté. 
Y entendí que si algún día, un hombre me quiere, tendrá que ser por lo que soy por fuera y por dentro. Deberá quererme con el cuerpo que tengo. Deberá acompañarme a hacer la paz conmigo misma, no incitarme a otra guerra, donde gorda o flaca soy infeliz mirándome en un espejo. 

Y Negra, me moría de vergüenza cuando me pidió esa foto. 
Y junté coraje, y casi sin mirarme, me la saqué. Y se la envié. Y hoy sé que me equivoqué al hacerlo. Y me duele. Y aprendo. 
Y la música no para, y me sigo moviendo. Me miro en el espejo y sonrío, y mis mejillas están rojas, y no sé, no estoy segura, pero es uno de esos instantes donde podría decirte que soy feliz. 

Y sé que en un tiempo, voy a mirar para atrás, y él ya no me va a doler. 
Y no aparecerá en mis palabras. Y sólo será un punto perdido en  en mi escribir de todos los días.

Y quizá todo cambie. Y quizá no. 
Pero no quiero perpetuar más infelicidad de la necesaria Negra.
Junto Coraje.
 Hoy salgo al mundo real. Salgo a conocer personas de verdad. Salgo a pintar poesía en una pared cualquiera. 
Y me olvido de mis cansancios, dejo archivado en el segundo cajón de la mesada, todo eso que imaginé y  que no fue. 
Porque de eso se trata la ingeniería de la maquinaría del desamor. 
De dejar de intentarlo a él. 
Para intentarme yo. 
Tratar de ser feliz conmigo misma. Y comenzar a apilar los recuerdos, futura hoguera donde las llamas cauterizaran las nuevas viejas heridas de mi corazón. 
Y tendré listo un vino tinto, y una copa limpia, y brindaré por un paso dado hacia ese algo más. 
De a poco las lágrimas se van a secar.
Y mis manos olvidaran cómo escribirle un Te quiero.
Sólo voy a andar. 
Caminando se encuentran cosas, vos a eso, lo sabes.
Y quizá yo encuentre alguna esquiva felicidad...
Para mientras me muevo...no dejo de bailar

viernes, 8 de noviembre de 2013

Mi Waterloo





Quise ser delgada.

Con toda mi alma.
Quise ser bella.
Al precio que fuera.
Quise ser esa que se ríe con el timbre exacto que agrada a todos.
Con voz melodiosa.
Quise ser politicamente correcta.
Tener el cuerpo que algún hombre bueno querría.
Cuidadamente perfecta.
Y no me salió.
Soy una gorda.
Anónima
Estoy gorda.
Con 27 kilos de más.
Con 27 kilos de tristeza encapsulada.
Piel estriada.
Muchas veces reseca.
Me río sin mesuras y sin molderías,
me río a carcajadas poco diplomáticas.
y lloro con hipos desubicados, 
colados en las angustias que me atenazan el alma de vez en cuando.
Lloro con lágrimas que me enrojecen la mirada.
y necesariamente con muchos pañuelos de papel.
No sé llorar bajito.
No sé llorar modestamente.
Mis manos tienen puntos, suturas
cicatrices, quemaduras.
Mis uñas se quiebran y no sé pintarlas.
Sé acariciar con mis manos, pero jamás manicurearlas
Mis manos son fuertes. Pero también suaves.
Mis manos son herramientas, mis manos trabajan.
Mis brazos no tienen grandes músculos.
Tienen lunares. Uno grande y otros más chiquititos.
No son muy largos, pero para abrazar son altamente efectivos.
Tienen flaccidez. Pero para haberlo sostenido hubiesen alcanzado.
Mi rostro tiene el ceño heredado de mi viejo. 
Y su nariz también.
Tengo los pómulos de mi madre, y la boca de ella también.
Boca de comisuras caídas.
Boca de labios partidos que hace mucho que no besan.
Boca que calla dolores.
Boca que camufla con palabras escuetas, las profundidades de perros amores.
Tengo un rostro de luna llena, y cabello negro, con colores agregados
en unas cuantas crisis de peloidentidad.
Tengo pechos grandes, que han sabido alimentar a mi crías,
pechos que se mueven de acá para allá cuando los arcos del corpiño me hastian y me lo arranco sin más.
Pechos que ocultan mi pelotudo corazón.
Miran mis pechos, y jamás miran detrás de ellos.
Son un buen camuflaje.
Son pedazos míos de carne.
Pero nada más.
Tengo panza, una panza que se comió a mi cintura.
Una panza gorda, adiposa, llena de mis miedos, de mis inseguridades
El campo de batalla de mis vergüenzas.
Que se floreció de las estrías de las bulimias adolescentes.
De ser nido para ellas, mis pequeñas niñas.
Mi personal Waterloo.
La muralla de piel y grasas que me separa del resto del mundo.
Mi pecado y mi castigo, 
cuando me  miro en el espejo.
No soy capaz de verme.
Mis ojos oscuros,  se niegan, enfermos.
No quieren mirarme.
Es demasiado doloroso, pero así y todo lo intenté.
Traté de hacerlo.
Él me lo pidió.
Si sólo supiera el peso de lo que implicó mostrarle esas partes a él.
Partes que yo no puedo mirar.
Y me destrozó. Un poco más.
Y supe que para todos como para él, fui una cosa fragmentada.
Y estalle en un dolor avergonzado,
que durante muchos días, lloré.

Siempre no bella. 
Siempre no deseada.
Siempre no querida.
Siempre no amada.

Quise ser linda, pero la fealdad siempre me persiguió.

Y los libros se equivocaron.
No importó ser inteligente.
No importo ser apasionada.
No importo ser capaz de la absoluta ternura.
Si el envase no acompañaba.

Y para mi madre fui una vaca fea y gorda,
y para mi padre ni siquiera era.
Y empecé a buscar un amor que me salvara
aceptándome con mi panza y mis batallas.

No sirvió tampoco.

Porque el amor era para las lindas.

Yo era para levantar el ego.
Para una cojida en un telo.
Para hacer de puta.
Para hacer de psicóloga
Para ser amiga.
Y nada más.

Y me cansé.
Me cansé de intentar ser delgada.
Me cansé de tratar de ser bella.
Me cansé de luchar para ser amada.
Me hartó querer ser aceptada.

Y me enojé.
Porque me deformaron cuando yo todavía no podía entender.
Me presionaron para ser algo que no podía ser.
Era una nena.
No era una mujer.
No sabia lo que ahora sé.
Me incineraron junto con el amor que me debí tener.

Me malenseñaron.
Y ellos, todo ellos, se aprovecharon.

Y hoy lucho por escuchar a mi voz interior.
Por escuchar  ese susurro tenaz que dice que valgo, 
más allá de mi peso
más allá de la textura de mi piel
más allá del contorno de mi cintura.
Intento silenciar a mis verdugos.
A mis acusadores.
A esos hombres que solo me vieron cómo carne para devorar.

Ya poco importa si ninguno me amó.
Poco importa no ser la que ellos querían.

Porque después de todo,
en esta soledad, 
sólo estoy yo.
Con mis partes fragmentadas.
Con mi alma remendada.
Intentando.
Siempre.
Tenazmente.
Dolorosamente
 Esperanzada.
Mujer luchadora.
Mujer apasionada.
Mujer andariega.
Sobreviviente de muchas guerras.
Mujer Entera.











martes, 5 de noviembre de 2013

Aniversario




Hoy cumplimos 9 años juntos. Yo me acordé, de la manera en que me acuerdo de todo.
Recordé días donde organicé cenas, donde le mandé flores, peluches, desayunos, al trabajo. 
Recordé anillos de plata, con frases grabadas.
Hoy  +q  Ayer.
Era nuestra frase.
Hoy te Amo más que ayer. 
Hoy cuando cayó con una maceta con alegrías del hogar, no le devolví el saludo.
No me importó el gesto.
Si no hubiese traído nada, tampoco hubiera importado.
Hoy hubiese sido un buen día para inaugurar el primer día de mi libertad.
Pero me sigue faltando valor.
Me sigue faltando coraje.

Mi cuerpo al lado suyo, hiberna.
Lo miro dormir, analizo el contorno de su cuerpo delgado.
Muchas noches, lo he abrazado.
La costumbre de aferrarme a su espalda para dormir.
La costumbre de tenerme de la mano, para que no sueñe cosas feas.

Funciona.
No sueño.
Ni dormida.
Ni despierta.

Y entre montones de trapos, botones, y conos de hilo, desangro esperanzas.
Me brotan promesas de las venas.
Pensamientos que me dan fuerza.
Y me prometo salir adelante.
Me prometo éxitos esquivos.
Me prometo amores buenos.
Me prometo no dejar de luchar.

Porque eso he hecho toda la vida.
Luchar.
Hace 9 años luché por una vida con él.
Hoy lucho por una vida conmigo misma.
Por un atisbo de felicidad.
Por aprender por fin a perder.
Sabiendo que vacía de todo, puedo volver a empezar.
Cómo tantas veces lo hice.
Cómo debo hacerlo una vez más.
Y es que de tanto caer, 
si algo he aprendido,
es a levantarme...






Hojas secas en el pelo



Tenía 15. 
Yendo a los 16.
Estaba en tercer año.
A la mañana.
Viviendo en la loma del cuerno. 
Salía 6.45 todos los días para hacer los dos km entre las chacras,
hasta la parada del colectivo en la ruta 22.
Me daba miedo la oscuridad.
Pero de alguna manera estaba acostumbrada.
El otoño llegaba. 
Y las hojas de los álamos eran una lluvia de destellos dorados sobre mí.
Nadie me acompañaba.
Así que a juntar coraje.
Y a darle hasta la ruta.
Sola con mis pensamientos.
Un día un auto paró.
Era un vecino.
EL sex Simbol del barrio.
Trabajaba en la municipalidad.
Yo lo conocía.
Curiosamente hoy no puedo recordar su nombre.
Era alto. Mayor. Casado.
No me dió miedo.
Y subí.
Me llevó hasta el centro.
Y ahora que lo pienso.
No entiendo porqué. 
Si nunca fui linda.
Si nunca fui dueña de nada que fuera inteligencia.
Por qué paró?
Por qué me avanzó?
Por qué retorcida razón querer seducir a una adolescente regordeta y malhumorada?
Sigo sin entenderlo hoy, tantos años después.
Me acuerdo de que me enojé.
De que lo rechacé.
Y de que empecé a tenerle el miedo que desde un principio, debería haberle tenido.
La mañana siguiente, ya había hecho unos doscientos metros desde mi casa,
escuché su auto.
Ví los faros barriendo el camino.
No había lugar donde esconderme.
Corrí hacia la alameda de una chacra.
 Me metí en una acequia
Me tapé con las hojas.
El dorado del otoño me ocultó.
Él pasó lentamente.
Como si supiera que en alguna parte estaba yo. 
Escondiéndome.
Cada día se repitió la escena.
Si la tierra estaba húmeda,
mi escondite era la copa de algún manzano.
Pasaron unos meses así.
Dejé de usar mi campera rosada.
Empecé a usar ropa negra.
En la oscuridad me protegía mejor.
Nunca se lo dije a mis padres.
Ellos no hubiesen entendido.
Ellos no me hubiesen protegido.
La única evidencia de esta cacería,
eran las hojas secas que se quedaban
prisioneras en mi pelo negro.
Por suerte, el tipo se fue a otra ciudad.
Unos días antes de eso, lo encuentro en el almacén.
Salí, me estaba esperando para decirme
que no sabía cómo,
pero que yo me le había escapado.
Me arrinconó contra la pared,
su estatura me dominaba.
Y me prometío no irse sin antes haberme culeado.
Le pegué una patada en la espinilla.
Corrí a mi casa.
Y encerrada en el baño, vomité mis miedos.
Mi vieja pensó que estaba descompuesta.
Qué habría comido alguna porquería y me habría hecho mal.
Me aferré a esa verdad imaginaria.
Y no salí de la casa. 
No hasta ver por mi ventana, que se iba en su auto, con su mujer,
con sus hijos y el camión de la mudanza siguiéndolo.
De este hijo de puta me escapé.
Pero la suerte no me iba a durar para siempre.
Habrían otros infelices, para ocupar su lugar.




domingo, 3 de noviembre de 2013

Manos que hablan



en las manos esta escrita la vida de una persona
por eso hay manos suaves
manos recias
manos dulces
manos sucias
manos limpias
manos blandas
manos llenas
manos vacías
manos frías
manos cálidas
manos fuertes
manos débiles
manos pesadas
manos mudas
manos parlantes
manos que caen
manos que vuelan
y están tus manos
y estaban las mías
manos que no se tocaron
manos lejanas
manos que no pudieron
Manos las mías que amaron
manos las tuyas que no

jueves, 31 de octubre de 2013

Miedo



Miedo.
Cuando vi su respuesta tuve miedo.
El miedo que se espera cuando te van a dar un golpe.
Me borré de su vida, inconscientemente, esquivando ese imaginario golpe.
Tenia miedo. Miedo de que me lastimara. Miedo de que me hiriera.

Le pedí a una amiga que lo leyese y me dijese lo que él me decía.
Ella me vio.
Vio que mis manos temblaban. Vio mi cara preocupada. Me dijo "pareces asustada"
Y no me había dado cuenta.
Tenía miedo.

Y estos días sin hablarle. Mirando para adentro.
Mirando otros momentos. Entendiendo mis propias reacciones.
Voy viendo los hilos del miedo entretejidos en mi vida.

Claro.

Fueron demasiadas golpizas.
Demasiados castigos.
Demasiadas las veces en que ser obsecuente me salvaba de la paliza del día.
Nunca pude pegar fuerte.
Siempre fui la más petisita. La más chiquita.
Y siempre fui inteligente, muy a mi pesar.
Y siempre tuve algo de luz, en esa oscuridad.

Y a nadie le gustaba.

Y para apagarla. Para hacerme igual a ellos, me pegaban.

Se me hizo costumbre.
Decir que sí cuando queria decir que no.
Decir que estaba bien. Cuando todo estaba mal.
Bancarme las heridas, para que no viesen mi profunda vulnerabilidad.
Muchas veces le dijeron a mi mamá que me llevara a otro lugar. Porque yo tenía capacidad para mucho más.
Le leían mis cuentos. Le decían que era especial.
Pero ella no podía más.Con sus propias batallas, no podía hacer nada, para evitar las mías. Ella luchaba por sobrevivir su propia siembra de obsecuencia con mi viejo.

Y sí, era lógico.

Otro tipo que cuando se enojaba nos castigaba. No nos hablaba. Nos tenía adivinando a ver que habíamos hecho mal.
Yo quería preguntarle. Le explicaba lo que yo pensaba que había hecho mal. Pero él no quería explicaciones.
Nunca supe Qué era lo que queria.
Exigía.
Me exigía.
Y yo no sabía que quería.
Y me esforcé por aprender.
Aprendí todo lo que me sirviera para hablar con él.
Traté de ser la mejor alumna. Pero no alcanzó. Quería ser normal. Pero a él no le parecía bien. Y para no decepcionarlo hacia lo que supuestamente, lo haría feliz.
Y no.
Nunca lo hice feliz.
Nunca hice nada lo suficientemente bueno.
Lo suficientemente perfecto para que él me dijese que lo había hecho bien.
Seguramente me ha querido.
Después de todo, me mantuvo, después de todo se ocupo de que hubiera comida en mi plato. Y de que tuviera plata para las fotocopias en los años del secundario.
Me ha querido como él ha podido.
Pero no como yo necesitaba.

Y me fue hiriendo. Me minó la seguridad. Y yo niña, adolescente, mujer, no sabía como detener eso.
Y me llenó de miedos.
Y como no está bien vista la cobardía, me disfracé de mujer superada.
Aprendí a pegar antes.
Aprendí a dar miedo.
Aprendí a camuflarme entre las personas que me rodeaban.
Me fui perdiendo a mi misma.

Y ahora que empiezo a encontrarme.

Apareció él.
Y le tuve miedo. Pero el miedo no era por él.
Era miedo a que usara mis debilidades contra mí.

Cuando me explicaba su teoría de lo bien llevado de su soledad.
Me asusté. Porque vi ese atado de errores, que es mi vida, y vi que los podía usar contra mí. Porque en su exigencia utópica, vi un poco de esa exigencia que me ha torturado toda mi vida.

Le tuve miedo.
Y no quiero tener más miedo.
Y cómo no supe cómo explicarlo.
Porque no entendía ese temblor que me sacudía desde adentro.
Me tomé el palo.