viernes, 8 de noviembre de 2013

Mi Waterloo





Quise ser delgada.

Con toda mi alma.
Quise ser bella.
Al precio que fuera.
Quise ser esa que se ríe con el timbre exacto que agrada a todos.
Con voz melodiosa.
Quise ser politicamente correcta.
Tener el cuerpo que algún hombre bueno querría.
Cuidadamente perfecta.
Y no me salió.
Soy una gorda.
Anónima
Estoy gorda.
Con 27 kilos de más.
Con 27 kilos de tristeza encapsulada.
Piel estriada.
Muchas veces reseca.
Me río sin mesuras y sin molderías,
me río a carcajadas poco diplomáticas.
y lloro con hipos desubicados, 
colados en las angustias que me atenazan el alma de vez en cuando.
Lloro con lágrimas que me enrojecen la mirada.
y necesariamente con muchos pañuelos de papel.
No sé llorar bajito.
No sé llorar modestamente.
Mis manos tienen puntos, suturas
cicatrices, quemaduras.
Mis uñas se quiebran y no sé pintarlas.
Sé acariciar con mis manos, pero jamás manicurearlas
Mis manos son fuertes. Pero también suaves.
Mis manos son herramientas, mis manos trabajan.
Mis brazos no tienen grandes músculos.
Tienen lunares. Uno grande y otros más chiquititos.
No son muy largos, pero para abrazar son altamente efectivos.
Tienen flaccidez. Pero para haberlo sostenido hubiesen alcanzado.
Mi rostro tiene el ceño heredado de mi viejo. 
Y su nariz también.
Tengo los pómulos de mi madre, y la boca de ella también.
Boca de comisuras caídas.
Boca de labios partidos que hace mucho que no besan.
Boca que calla dolores.
Boca que camufla con palabras escuetas, las profundidades de perros amores.
Tengo un rostro de luna llena, y cabello negro, con colores agregados
en unas cuantas crisis de peloidentidad.
Tengo pechos grandes, que han sabido alimentar a mi crías,
pechos que se mueven de acá para allá cuando los arcos del corpiño me hastian y me lo arranco sin más.
Pechos que ocultan mi pelotudo corazón.
Miran mis pechos, y jamás miran detrás de ellos.
Son un buen camuflaje.
Son pedazos míos de carne.
Pero nada más.
Tengo panza, una panza que se comió a mi cintura.
Una panza gorda, adiposa, llena de mis miedos, de mis inseguridades
El campo de batalla de mis vergüenzas.
Que se floreció de las estrías de las bulimias adolescentes.
De ser nido para ellas, mis pequeñas niñas.
Mi personal Waterloo.
La muralla de piel y grasas que me separa del resto del mundo.
Mi pecado y mi castigo, 
cuando me  miro en el espejo.
No soy capaz de verme.
Mis ojos oscuros,  se niegan, enfermos.
No quieren mirarme.
Es demasiado doloroso, pero así y todo lo intenté.
Traté de hacerlo.
Él me lo pidió.
Si sólo supiera el peso de lo que implicó mostrarle esas partes a él.
Partes que yo no puedo mirar.
Y me destrozó. Un poco más.
Y supe que para todos como para él, fui una cosa fragmentada.
Y estalle en un dolor avergonzado,
que durante muchos días, lloré.

Siempre no bella. 
Siempre no deseada.
Siempre no querida.
Siempre no amada.

Quise ser linda, pero la fealdad siempre me persiguió.

Y los libros se equivocaron.
No importó ser inteligente.
No importo ser apasionada.
No importo ser capaz de la absoluta ternura.
Si el envase no acompañaba.

Y para mi madre fui una vaca fea y gorda,
y para mi padre ni siquiera era.
Y empecé a buscar un amor que me salvara
aceptándome con mi panza y mis batallas.

No sirvió tampoco.

Porque el amor era para las lindas.

Yo era para levantar el ego.
Para una cojida en un telo.
Para hacer de puta.
Para hacer de psicóloga
Para ser amiga.
Y nada más.

Y me cansé.
Me cansé de intentar ser delgada.
Me cansé de tratar de ser bella.
Me cansé de luchar para ser amada.
Me hartó querer ser aceptada.

Y me enojé.
Porque me deformaron cuando yo todavía no podía entender.
Me presionaron para ser algo que no podía ser.
Era una nena.
No era una mujer.
No sabia lo que ahora sé.
Me incineraron junto con el amor que me debí tener.

Me malenseñaron.
Y ellos, todo ellos, se aprovecharon.

Y hoy lucho por escuchar a mi voz interior.
Por escuchar  ese susurro tenaz que dice que valgo, 
más allá de mi peso
más allá de la textura de mi piel
más allá del contorno de mi cintura.
Intento silenciar a mis verdugos.
A mis acusadores.
A esos hombres que solo me vieron cómo carne para devorar.

Ya poco importa si ninguno me amó.
Poco importa no ser la que ellos querían.

Porque después de todo,
en esta soledad, 
sólo estoy yo.
Con mis partes fragmentadas.
Con mi alma remendada.
Intentando.
Siempre.
Tenazmente.
Dolorosamente
 Esperanzada.
Mujer luchadora.
Mujer apasionada.
Mujer andariega.
Sobreviviente de muchas guerras.
Mujer Entera.











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