jueves, 31 de octubre de 2013

Miedo



Miedo.
Cuando vi su respuesta tuve miedo.
El miedo que se espera cuando te van a dar un golpe.
Me borré de su vida, inconscientemente, esquivando ese imaginario golpe.
Tenia miedo. Miedo de que me lastimara. Miedo de que me hiriera.

Le pedí a una amiga que lo leyese y me dijese lo que él me decía.
Ella me vio.
Vio que mis manos temblaban. Vio mi cara preocupada. Me dijo "pareces asustada"
Y no me había dado cuenta.
Tenía miedo.

Y estos días sin hablarle. Mirando para adentro.
Mirando otros momentos. Entendiendo mis propias reacciones.
Voy viendo los hilos del miedo entretejidos en mi vida.

Claro.

Fueron demasiadas golpizas.
Demasiados castigos.
Demasiadas las veces en que ser obsecuente me salvaba de la paliza del día.
Nunca pude pegar fuerte.
Siempre fui la más petisita. La más chiquita.
Y siempre fui inteligente, muy a mi pesar.
Y siempre tuve algo de luz, en esa oscuridad.

Y a nadie le gustaba.

Y para apagarla. Para hacerme igual a ellos, me pegaban.

Se me hizo costumbre.
Decir que sí cuando queria decir que no.
Decir que estaba bien. Cuando todo estaba mal.
Bancarme las heridas, para que no viesen mi profunda vulnerabilidad.
Muchas veces le dijeron a mi mamá que me llevara a otro lugar. Porque yo tenía capacidad para mucho más.
Le leían mis cuentos. Le decían que era especial.
Pero ella no podía más.Con sus propias batallas, no podía hacer nada, para evitar las mías. Ella luchaba por sobrevivir su propia siembra de obsecuencia con mi viejo.

Y sí, era lógico.

Otro tipo que cuando se enojaba nos castigaba. No nos hablaba. Nos tenía adivinando a ver que habíamos hecho mal.
Yo quería preguntarle. Le explicaba lo que yo pensaba que había hecho mal. Pero él no quería explicaciones.
Nunca supe Qué era lo que queria.
Exigía.
Me exigía.
Y yo no sabía que quería.
Y me esforcé por aprender.
Aprendí todo lo que me sirviera para hablar con él.
Traté de ser la mejor alumna. Pero no alcanzó. Quería ser normal. Pero a él no le parecía bien. Y para no decepcionarlo hacia lo que supuestamente, lo haría feliz.
Y no.
Nunca lo hice feliz.
Nunca hice nada lo suficientemente bueno.
Lo suficientemente perfecto para que él me dijese que lo había hecho bien.
Seguramente me ha querido.
Después de todo, me mantuvo, después de todo se ocupo de que hubiera comida en mi plato. Y de que tuviera plata para las fotocopias en los años del secundario.
Me ha querido como él ha podido.
Pero no como yo necesitaba.

Y me fue hiriendo. Me minó la seguridad. Y yo niña, adolescente, mujer, no sabía como detener eso.
Y me llenó de miedos.
Y como no está bien vista la cobardía, me disfracé de mujer superada.
Aprendí a pegar antes.
Aprendí a dar miedo.
Aprendí a camuflarme entre las personas que me rodeaban.
Me fui perdiendo a mi misma.

Y ahora que empiezo a encontrarme.

Apareció él.
Y le tuve miedo. Pero el miedo no era por él.
Era miedo a que usara mis debilidades contra mí.

Cuando me explicaba su teoría de lo bien llevado de su soledad.
Me asusté. Porque vi ese atado de errores, que es mi vida, y vi que los podía usar contra mí. Porque en su exigencia utópica, vi un poco de esa exigencia que me ha torturado toda mi vida.

Le tuve miedo.
Y no quiero tener más miedo.
Y cómo no supe cómo explicarlo.
Porque no entendía ese temblor que me sacudía desde adentro.
Me tomé el palo. 

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